La inseguridad saltillense


Localeando, El Diario de Coahuila, 7 de febrero 2004

Como todos sabemos, la inseguridad pública es un fenómeno que en México se hizo presente, dicen algunos, cuando en la década de los 70’s se dio la mezcla de un alto crecimiento poblacional con la crisis económica. Antes de ello, es cierto, la población crecía a pasos gigantescos, pero la economía también lo hacia. Sin duda entonces, la conjunción de estos dos aspectos medró profundamente en los cuerpos oficiales encargados de la seguridad pública.

La hasta en aquel tiempo muy pasable tranquilidad citadina y la inocencia de las comunidades rurales pasarían a la historia y al baúl de la nostalgia. Los policías de barrio desaparecerían ante la necesidad de rotar a estos por diferentes áreas de las comunidades y ciudades que crecían exponencialmente. No había la suficiente fuerza policíaca para seguir operando programas como el previamente citado.

Por otra parte, la confiabilidad del policía fue disminuyendo a su mínima expresión debido a los cambios negativos de actitudes y comportamientos para con el ciudadano, y es que la caída real de sus percepciones, al igual que la de los jefes y comandantes, y ante una economía hiperinflacionaria, los hizo acercarse a los bandos que eran una amenaza para la armonía de la sociedad: narcotraficantes, delincuentes, ladrones, estafadores, entre otros.

Las grandes ciudades mexicanas se convirtieron casi en territorio de guerra civil, donde la supervivencia era una forma de vida a la que había que sujetarse. Las medianas ciudades, como Saltillo, pudieron de alguna manera sortear algunas tormentas de inseguridad y mantenían los índices delictivos en los rangos superiores de lo tolerable, pero al parecer la suerte sé esta terminando.

El re-crecimiento de Saltillo vino a darse  a finales de 1996, cuando la crisis económica nacional de 1995 comenzaba a ser superada y cuando el TLC mostró a inversores extranjeros que el peso mexicano era demasiado barato y que había que aprovecharlo. A lo anterior habría que sumarle el extraordinario crecimiento de EUA en la era Clinton. Así pues tenemos que dichas condiciones dieron origen a que los parques industriales de Ramos Arizpe y Saltillo, hasta ese entonces tierras solitarias y abandonadas, comenzaran a inundarse de nuevas industrias.

Es normal entonces que lo anterior trajera consigo el establecimiento de grandes tiendas comerciales y otros comercios, y del mismo modo es normal que la población de Saltillo se haya incrementado y con ello todo lo relacionado al fenómeno. La inseguridad pública venía también junto con el paquete de desarrollo.

Desde el inicio de esta nueva etapa, Saltillo ha enfrentado altibajos en materia de seguridad pública, pero algunas veces da la impresión que los puntos altos en la materia se debe a la voluntad de los delincuentes que deciden quizás trasladarse a otros mercados más atractivos y no a las acciones emprendidas por las autoridades para inhibirlos de sus actos delictivos.

Hasta el momento hemos creído y pensado una y otra vez, como viles tercos, que con el simple hecho de comprar más patrullas o equipos de vigilancia tendremos las armas suficientes para contrarrestar los efectos negativos que el desarrollo trae consigo. La educación y la información siguen siendo por mucho las armas más poderosas contra cualquier amenaza de la sociedad. Pero ¿Cómo hacer uso de la primera cuando las escuelas coahuilenses, y por lo tanto saltillenses, ofrecen magros resultados de aprovechamiento entre la clase estudiantil? y ¿Cómo hacer uso de la segunda cuando aún se perciben síntomas de opacidad por un lado y de no reconocimiento del problema por el otro?

Sin embargo, hay otros factores que también impiden de alguna manera encontrar y construir soluciones: Las actitudes de la autoridad. Y es que algunas veces éstas, sin importar el color, y ante inminentes problemas, han recurrido por años al ya trillado argumento de “así a venido siendo desde tiempo atrás” o “es la herencia que han dejado gobiernos anteriores”.

Entre mis adentros cada vez más me acerco a una conclusión que seguramente no es el descubrimiento del hilo negro. Podrán compartirla conmigo o quizás no, pero mi desenlace es que el vínculo entre políticos y policías sigue siendo muy alto. Mientras esto siga sucediendo el primero seguirá dictando (no convenciendo) a los segundos que es lo que hay que hacer ante los retos de inseguridad. Mi pregunta clave entonces es la siguiente ¿Quién será el primer Presidente Municipal en romper este vínculo directo y vicioso?

Con un lazo tan estrecho y un nombramiento directo del encargado de preservar la seguridad pública por parte del presidente municipal, hace que éste último vea el problema como personal y no como un problema que le compete a toda la comunidad resolverlo. Este es un enfoque miope del que no hemos podido deshacernos.

Mientras esto sucede, la actitud de los delincuentes y malhechores sigue evolucionando. Esta semana ocurrió un hecho en la Ciudad de México que causó cierta consternación. Una joven que había sido asaltada fue violada en su propia casa por los mismos ladrones dos días después de haber cometido la primera falta (el asalto). Y es que resulta que al robarle el bolso a la dama, encontraron dentro de él su credencial de elector y por consiguiente supieron donde encontrarla. Después de un par de días de estudio de su victima concluyeron que vivía sola, y ante tal circunstancia, decidieron actuar.

Lo anterior me trae a la mente los atracos a domicilios que esta semana ocurrieron en Saltillo, y esto debe poner más en alerta a las autoridades debido a que el comportamiento del ladrón se van convirtiendo en actitudes más violentas: antes esperaban a que la casa a robar se encontrara sin sus ocupantes. Hoy ya la asaltan en presencia de ellos, ¿Cuál será mañana el modus operandi?

Mi pregunta final, y con esto concluyo, es la siguiente: ¿Es tiempo ya de que Saltillo cuente con un Comisionado autónomo, independiente y continuo que se encargue de diseñar políticas en la materia y de procurar la seguridad pública?

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