Localeando, El Diario de Coahuila, 1 de junio 2004
El gobierno de Enrique Martínez ha tenido, hasta la fecha, avances (o claros) en diversos rubros. En materia municipal el Estado se encuentra a la vanguardia, aunque falta por ahí la cereza del pastel: Elección de regidores por distritos.
En
materia de infraestructura es innegable el progreso. Distribuidores viales, par
y circuitos viales, carreteras (como la de Muzquiz-Ojinaga), son solo algunos
buenos casos. En materia de ordenamiento urbano se tienen también avances: Los
planes de desarrollo urbano de las principales ciudades coahuilenses con
vigencia hasta el 2025.
En
materia judicial, al parecer los primeros pasos se están dando. En los próximos
días el Ejecutivo firmará un convenio de colaboración con los poderes
Legislativo y Judicial para llevar a cabo trabajos preparatorios. La intención
es, según el gobierno, que en Coahuila se den los procesos judiciales orales lo
que acortaría de manera drástica los tiempos para la emisión de sentencias.
En
materia de Seguridad Pública parece que el barco sigue a flote, aunque comienza
a hacer agua en el norte del Estado. Lo mismo pasa con la generación de
empleos. El problema en estos dos rubros raya en la falta de reconocimiento de
estos “pendientes” por parte del gobierno estatal, lo que se podría traducir en
una falta de humildad. Y es que a veces el principal obstáculo no es el
problema en sí, sino la actitud mostrada ante el problema. Aun con el problema
de actitud, estos ámbitos no muestran, por el momento, problemas de fondo y/o
estructurales.
No
obstante algo tarde, la transparencia y el acceso a la información comenzará a
ser una realidad a partir del 1º. de diciembre de este año. Con todo, y al
igual que con los planes de desarrollo urbano, lo mejor esta por venir. El
éxito en este rubro, mucho dependerá de cómo quede conformado el nuevo
Instituto Coahuilense de Acceso a la Información Pública. Si alguno de los tres
consejeros propietarios que vayan a ser elegidos tienen una mínima vinculación
con algún partido, el esfuerzo se irá al desagüe.
Como se
pudo leer y grosso modo hay claros que en momentos permiten ver el
futuro de una manera menos preocupante. Sin embargo, y tal y como pasa hasta en
la vida personal de cada uno de nosotros, hay una nube gris (oscura) que sigue
rondando por ahí. Me refiero a la educación en el Estado.
El
sector educativo en Coahuila es un coto de poder tan fuerte que a cualquier
político le apetecería disfrutar o dicho de otra manera, le disgustaría enfrentar.
La vieja cultura educativa, que parece enclaustrarse en este sector a pesar de
que por su naturaleza debería ser de las más progresistas y vanguardistas,
sigue retardando el desarrollo integral del Estado.
Si bien
es cierto que modificar el status quo significa tomar grandes riesgos,
dada la capacidad de movilización de sus agremiados, también lo es el hecho de
que su renovación y revitalización se requiere de manera urgente debido a que
representa un obstáculo serio que impacta no-solo los otros sectores de una
sociedad, sino al individuo en su lucha por sobrevivir en un mundo cada vez más
competitivo.
No
desestimo los esfuerzos realizados en este rubro por el Gobierno Estatal. La
reciente eliminación de ciertas prerrogativas injustificables a los maestros no
es cualquier cosa, pero sigue siendo intocable el núcleo del problema: El
sistema en sí. Hecho que sigue ocasionando que Coahuila tenga, según las
evaluaciones nacionales, uno de los últimos lugares en aprovechamiento de sus
alumnos.
Ante
este reto de enormes magnitudes, la mejor forma de enfrentarlo es
transparentando todo lo que actualmente acontece en las mismas entrañas del
sector. Es decir, es mejor dar una batalla, 100% justificable, a la luz de toda
la ciudadanía que seguirla dando en lo “oscurito”, donde los aliados sociales
son escasos. Ahora me explico.
Si en
lugar de negarse a transparentar la evaluación educativa, la SEPC consiguiera
hacer que los resultados sobre la evaluación de escuelas, maestros y alumnos,
fueran del conocimiento público, el proceso de mejoramiento del sector, y por
consecuente del sistema, sería menos complejo debido a que los desafíos ya no
serian gobierno versus magisterio sino magisterio versus
magisterio, y esto por una sencilla razón: Se generaría un sistema de
competencia interno.
Con lo
anterior, el gobierno solo tiene que preocuparse por definir las reglas y que
estas sean claras y aplicables para todos. Ahora bien ¿Cómo puede hacer la SEPC
para eliminar los obstáculos que impiden la apertura? Enviando una iniciativa
al Congreso (que es el representante de la sociedad) a través del Ejecutivo,
tal y como acaba de acontecer en Sonora.
En ese
Estado, el Ejecutivo recién envió una
iniciativa de Ley al Congreso local para evaluar a los maestros, alumnos y escuelas
de todos los niveles educativos, comparar los resultados y, además, hacerlos
públicos. El objetivo: crear el estándar "Calidad Sonora".
Ahora
bien, con base en los resultados, las instituciones serán ubicadas en cuatro
categorías de desempeño escolar: de excelencia, sobresaliente, estándar
y debajo del estándar. Las escuelas que queden en estándar y debajo
del estándar deberán presentar un programa de mejoramiento a corto plazo,
en el que se establezcan necesidades, compromisos, responsabilidades y metas
concretas para elevar su categoría de enseñanza.
Los
estímulos no quedarán en las clasificaciones respectivas, que insisto serán de
carácter público, ya que se creará un premio para las mejores instituciones y
un fondo para apoyar a las de menor nivel de enseñanza. Obviamente se incluye
un sistema de compensaciones por resultados para los docentes. La iniciativa
fue tan bien recibida que hasta los diputados de oposición la ven con buenos
ojos.
Imaginen
que un programa evaluatorio de este tipo ya este funcionando en Coahuila ¿Acaso
creen que los maestros competentes solaparían a los maestros incompetentes? Por
supuesto que no, ya que, como lo mencione líneas atrás, se crearía un sistema
de competencia, como en el que vivimos todos los que desempeñamos otros
trabajos, y donde nadie querría perderse su pedazo de pastel por hacer bien su
trabajo.
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