Localeando, El Diario de Coahuila, 29 de febrero 2004
“Concédele el poder a un hombre y entonces lo conocerás” dice un proverbio chino, mismo que sin duda apunta directamente hacia el eje central por el que giran muchos de los deseos del hombre: la supremacía sobre los demás. El hombre, al verse y sentirse superior, sufre conciente o inconscientemente de transformaciones de personalidad que pueden hacerlo transitar por diversos caminos.
El poder existe de diversas formas, por lo que no solo hay que ubicarlo exclusivamente en el ámbito de lo político, también existe el poder económico, militar, social, cultural y religioso y además su cobertura puede ser local, estatal, nacional e inclusive mundial. Si bien es cierto que todos los poderes antes citados son importantes, existe uno que incide de manera más directa sobre la vida de las personas y de las instituciones, al menos en los países democráticos: el político.
El poder político
en democracias consolidadas no tiene la misma influencia que en democracias
nuevas, como la nuestra. En las primeras su influencia es limitada fuera de las
fronteras de la política misma, y eso se debe a que los otros sectores de la
sociedad comprenden muy bien sus roles y por ende sus derechos. Mientras que en
las segundas el poder político puede llegar a influir en cualquier esfera, ya
que las fronteras aun no son construidas o bien no están debidamente
terminadas.
Dada la profunda
politización de la vida nacional mexicana y a que la política es una estructura
basada en redes, el otorgamiento de poder político y público a una persona o
grupo de personas, hace que este también influya en diversas organizaciones
como las laborales, osease los sindicatos, sumándose el hecho de que la mayoría
están ligados a un partido político. En otras palabras es un matrimonio
histórico, por costumbre y a ciegas. En diversos países, como los europeos,
Canadá y Estados Unidos, los sindicatos por ejemplo, en algunas elecciones
están con un partido y en otras con diferentes. Se casan con quienes creen
cumplirán sus necesidades.
Lo anterior me da
pauta para entrar al problema de los profesores coahuilenses que indebidamente
ingresaron a la carrera magisterial, bajo tutela de alguien, o de algunos, y
que en ese momento ostentaban un tipo de poder.
Sin duda que el
sindicato de maestros, y sus secciones 5 y 38, son organizaciones sindicales
poderosas en Coahuila. Los políticos priístas locales los ven como una
apetitosa fuente de votos directos e indirectos a la que políticos de otros
partidos no pueden acudir, y tienen que conformarse con la habilidad de su
palabra de convencimiento para poder
pepenar lo que se pueda.
Ese mismo poder
sindical hace que los dirigentes de los maestros lleguen a imponer algunas
veces condiciones para apoyar a una persona en lo particular al interior de los
cuadros priístas. Dichas condiciones pueden traer un contenido que no siempre
se encuentra ubicado dentro de los parámetros de la ley, lo que hace poner a
prueba la ética política de quienes están en el ruedo. Conscientemente la ética
se ejerce o se desecha.
La salida a la
luz pública de los 183 maestros que ilícitamente gozaban de los beneficios de
la carrera magisterial significa un impulso a la dignificación y transparencia
de todo lo que envuelve a lo público. Las razones que llevaron a quienes
tuvieron en sus manos el otorgar esa concesión ilícita, y lo saben muy bien
ellos, además de perversas, se transformaron en un duro golpe de dos bandas:
para aquellos maestros que con su esfuerzo y su trabajo son merecedores de
dichos beneficios y para la sociedad que espera mucho más de una profesión que
en lo individual es muy respetada, pero que en lo colectivo y agrupada como
organización es muy cuestionada.
Para
ingresar a la Carrera Magisterial es necesario encajar en la siguiente
clasificación: a) ser docente frente a grupo, b) ser docente pero estar en
funciones directivas y de supervisión, y c) ser docente en actividades
técnico-pedagógicas, aunque según un periódico de la localidad, durante la era
de Oscar Pimentel se creó una cuarta clasificación: la vertiente sindicalista,
que permitía a los líderes de las secciones gozar de los estímulos de la
Carrera.
Después
de 9 o 10 años de recibir estímulos no merecidos, y que al menos durante un año
-2003- significo un daño patrimonial de
30 millones de pesos, conlleva a concluir que el castigo o pena, como quieran
llamarle, para esos 183 maestros es muy benévolo. Su baja calidad moral hace
que por lo menos debería de retirárseles la oportunidad de seguir dando clases
a más alumnos, además de hacer públicos los nombres de los maestros que
incurrieron en esos ilícitos o ¿Acaso hay agraviadores de primera, que gozan de
ciertos beneficios como el evitar exponerles a la sanción pública del
escrutinio, y agraviadores de segunda, que tienen que ser expuestos ante una
sociedad? El
rigor del castigo tiene que ser ejemplar para que no vuelva a cometerse el
mismo delito.
Aun no
llegamos a conocer todo el mundo de irregularidades existentes tanto en el caso
de la carrera magisterial como en muchos otros que siguen pendientes por ahí,
pero por lo pronto hay que reconocerle a la contralora estatal y al secretario
de finanzas su voluntad por ir aclarando estos hechos.
Como
ciudadanos debemos estar atentos a lo que acontece con el uso del poder que
tiene que ver con lo público. De no hacerlo, los ostentadores del poder
(políticos, líderes sindicales, militares, empresariales, religiosos y
sociales) ocuparan rápidamente los espacios que como sociedad no pudimos
llenar. Y si eso ocurre ellos pensaran, como lo han hecho durante muchos años,
que sus malas acciones son vistas como algo normal y que por lo tanto están
ajenas del castigo social, como al parecer sucederá con el escándalo del “niño
verde” y su partido.
La
ética en lo público parece no existir hoy en día y las malas actitudes de los
funcionarios y políticos siguen aun escondiéndose en los pasillos oscuros de
donde se asienta el poder. Solo en la medida de la voluntad que tengan los
ostentadores del poder, además de la vigilancia ciudadana, se podrá ir
erradicando un vicio social que sigue muy arraigado: la corrupción y el tráfico
de influencias.
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