Aventuras sudamericanas (1)

Por: Jaime Villasana Dávila. 9 de enero 2005.

Antes de iniciar el relato sobre una experiencia quisiera pedir disculpas a los lectores de esta columna porque me ausente por dos semanas sin avisar, como dicen por ahí, como las “chachas”. Mi plan inicial era escribir desde donde me iba a encontrar pero dadas las características de mi viaje definitivamente no pude hacerlo. Y es que no es fácil escribir en computadora cuando se viaja de “mochilazo”, diferente cuando se viaja por trabajo y donde la laptop te acompaña sin ningún problema. Inicio pues mi relato.

Sudamérica es una zona que desde hace años atraía mi atención por todo lo que significa; dictaduras (Pinochet, Videla, Stroessner), populismo (Chávez) , pobreza, crisis (Argentina, Uruguay, Brasil), recelos regionales (Chile-Argentina, Chile-Bolivia, Perú-Ecuador), historia, leyendas (Eva Perón), espacio geográfico inacabable y más aún el reciente lanzamiento de la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), un esfuerzo similar que pretende emular a la Comunidad Europea.

Acompañado de mis deseos y mochila “backpaquera” (a mis amigos los encontraría en Santiago), decidí iniciar mi viaje tan anhelado con el ánimo de comprobar el desarrollo chileno, el resurgimiento argentino y la eufórica izquierda uruguaya, misma que ganó por primera vez las recientes elecciones presidenciales. Sudamérica es enorme y dado mi tiempo solo  me alcanzaba para esos tres países.

Como en cualquier viaje, esperaba sorpresas pero no tan pronto. La primera surgió antes de abandonar suelo mexicano: mi vuelo de Ciudad de México a Santiago estaba sobrevendido por lo que decidieron enviarme vía Atlanta, no sin antes haber realizado una búsqueda minuciosa de vuelos, donde todos aparecían llenos. La situación me llevo a recordar dos hechos: a) la economía sudamericana pasa por buen momento (en 2004 creció  en promedio 5.5%, CEPAL)  y por lo tanto “hay dinero” y b) que aquellos países siguen siendo atractivos para los turistas mexicanos dada la convertibilidad del peso. Sin olvidar claro está que era temporada alta.

La recompensa por éste desaguisado iba a ser que volaría en primera clase de Atlanta a Santiago. Ahora bien, dado que no tenía la visa conmigo (no tenía la intención de ir a EUA) Aeroméxico puso a mi disposición un taxi para ir y venir a casa por ella. Situación diferente vivieron otros viajeros que venían de otros Estados y que por lo tanto les era imposible obtener su visa. Los ánimos de algunos viajeros se “caldearon”. Sin embargo debo admitir que a su servidor en todo momento lo trataron amablemente.

El vuelo Ciudad de México-Atlanta fue sin novedades. En cambio tan pronto subí al avión que me llevaría a Santiago y ubicado en la sección central de primera clase que me correspondía, el inesperado ascenso que me brindaron como recompensa comenzó a surtir sus efectos: una aeromoza me ofrecía de beber lo que yo gustara. Esta experiencia de sentirme como hombre de negocios o una persona VIP únicamente la había vivido en un vuelo Guadalajara-DF, y eso fue porque un amigo que me encontré en el aeropuerto tapatío, y que es viajero muy frecuente, amablemente me “colocó” en primera clase con sus millas.

De modo que mucho de las comodidades que se ofrece en dicha clase eran totalmente desconocidas para mí. Con decirles que entenderle a la pantalla de televisión y a todas sus funciones me llevo como una hora. Mientras me preparaba para el largo vuelo hasta Santiago veía a una joven mujer japonesa que tenía problemas para acomodar su maleta en el compartimiento superior. Me apreste a ayudarle sin imaginar que ella iba a ser mi compañera de asiento por las siguientes nueve horas. Como en todos los demás vuelos, el avión iba a su máxima capacidad.

Con el correr del tiempo y mediante un hecho fortuito (mi compañera de asiento no encontraba el menú y la aeromoza se impacientaba por saber que iba a cenar) logre sacarle plática cuando cruzábamos el Golfo de México. Pude saber que, como yo, ella perdió su vuelo directo de Nueva York a Buenos Aires por lo que ambos habíamos sido presa de infortunios. Con el avión avanzando a una velocidad de Mach 0.8 y después de una agradable charla que se prolongo por casi tres horas (eran para entonces las 2am) me apreste a intentar dormir; el siguiente día estaría pesado. Me desperté por Antofogasta, ya en territorio chileno, y pude observar que el paisaje era totalmente desértico (similar al desierto de Sonora). Estaba a dos horas de Santiago.

Por fin arribamos al aeropuerto Benítez. De inmediato comparé dicho aeropuerto con el de Ciudad de México: sin duda el chileno es mejor. Su ubicación fuera de la mancha urbana le auguraba una vida más prolongada que al del DF, amén de que las instalaciones son más amplias y más modernas. Me despedí de mi compañera de viaje quién se dirigía a Buenos Aires, aunque con la intención de vernos el 23 de diciembre, único día en el que coincidiríamos en esa ciudad. Un dato extra; al entrar al país los mexicanos debemos pagar un impuesto de “reciprocidad” de US$15, cantidad ridícula si la comparamos con la que tienen que pagar los estadounidenses ¡US$100! y esto a pesar de que ambos países tienen un acuerdo de libre comercio.

Decidí trasladarme en transporte público del aeropuerto al hostel, al fin y al cabo mi viaje era de “back pack”. Primero tomé el camión urbano (un mercedes benz de modelo reciente, siendo un buen indicador sobre las condiciones de la ciudad) que me llevaría a la estación del metro Pajaritos. Posteriormente tomé el metro para bajar en la estación Baquedano. El metro es moderno, las estaciones amplias y debidamente remozadas, además sus cuatro líneas se encuentran en expansión, lo que es un claro reflejo del crecimiento económico chileno; 5.8% en 2004 (CEPAL).

Después de caminar como ocho cuadras arribe agotado al hostel Bellavista, una casa debidamente acondicionada para ello y ubicada en una excelente zona de restaurantes y bares; algo así como la Condesa en Ciudad de México o el Barrio Antiguo en Monterrey. Un paréntesis: me pregunto si habrá algún hostel en Saltillo. Mientras me registraba pude observar en el libro de registros una buena cantidad de ingleses que habitaban momentáneamente; comprobaba una vez más su fama de aventureros y viajeros.

Próxima semana: Santiago se parece a Monterrey y las contradicciones en Argentina.


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