Artículo
Localeando, 2 de Enero de 2014
Jaime Villasana Dávila
Desde hace tiempo que mi esposa y yo queríamos ir a
Cuba por dos razones principales. Una por el misterio que le envuelve por ser
uno de los pocos países socialistas “de la vieja guardia” que quedan. Otra por
recomendación de amigos. Así que motivados por ello, tres meses atrás decidimos
que la navidad 2013 la pasaríamos en dicha isla junto con nuestro hijo.
Habana, una ciudad bonita pero que debe recuperar glorias pasadas. |
Los preparativos no fueron problema. Desde el exterior
se pueden hacer personalmente las reservaciones correspondientes para los
hoteles, aunque para la renta de auto solicitamos apoyo a una agencia de viajes
mexicana. Tenía mis reservas al viajar en auto por Cuba debido a que no es un
país “normal”.
Amigos y conocidos nos brindaron información valiosa
sobre la comida, las comunicaciones y otros detalles de la isla, como el hecho
de que las tarjetas de crédito no son aceptadas ampliamente. Con este escenario
nos sentíamos como si viajaríamos al pasado en lugar de a otro país y llevando
un niño de poco más de dos años, te hace pensar dos veces.
Nuestro primer contacto con Cuba fue su aeropuerto. Era
amplio pero algo viejo. Me recordó al de Acapulco. Ahí iniciaba nuestra
incursión a tiempos pasados, pero pronto regresamos al presente cuando el
taxista trajo su auto; un Peugeot sedán semi-nuevo. Sorprendidos quedamos pues
creíamos que estos no había en la isla debido al bloqueo.
Camino al hotel en la Habana se puede apreciar una
infraestructura típica de país en vías de desarrollo en sus zonas de ingresos
medios, más no así los vehículos; mayoriteaban las reliquias de los 50s a 80s. Si
de algo pueden presumir los cubanos (además de ser buenos para el deporte) es
de los hojalateros de autos, pues algunas reliquias parecían nuevas.
Ya en el vecindario del hotel, y en contra esquina del
Capitolio, apreciamos edificios antiguos de tres a cuatro pisos que albergan
viviendas en pobres condiciones de mantenimiento y que vivieron sus épocas
doradas cuarenta o cincuenta años atrás, previo a la Revolución.
Dentro del hotel todo parecía como si estuviésemos en
cualquier otro de México o EE UU; Internet por WiFi, cablevisión, buena comida,
etc. Era una burbuja de modernidad.
El centro histórico de la Habana es hermoso pero, otra
vez, descuidado en su infraestructura debido a los limitados recursos del
gobierno nacional por el embargo gringo, aunque se pueden apreciar muchas
renovaciones en marcha.
En ocasiones caminar por sus calles es sentirse
vigilado por agentes secretos. Sin duda un prejuicio. Los anuncios comerciales
son casi inexistentes al igual que las tiendas de conveniencia. Encontrar leche
en ellas es imposible. Afortunadamente llevábamos una buena dotación desde
México.
Continuará…
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