Basta leer un poco de historia mexicana para comprender que la frontera norte siempre ha sido una región peligrosa, atractiva y llena de cambios drásticos en su forma de vida. Sus primeros habitantes, tribus nómadas y salvajes (casi todas extintas), hicieron de la zona un lugar difícil para todos los colonizadores provenientes del centro de México debido a sus constantes ataques en contra de los caseríos, pueblos y ciudades.
En aquel tiempo (siglos XVIII y XIX), la frontera norte no solo era amenazada por unas tribus, ciertamente violentas; los estadounidenses, con su deseo expansionista y su estilo de vida, agregaban una presión extra a la sociedad norteña.
Así las cosas, la frontera norte solo pudo librarse de su primer problema grave de inseguridad y violencia (el ataque de los indios bárbaros) hasta la década de 1880, cuando la mayoría de las tribus fueron extinguidas, otras dominadas y unas más acorraladas en reservas establecidas en territorio de EUA. Pero el problema ya citado no estaba cerca de terminarse, al contrario tendería a incrementarse como consecuencia de diversos factores.
El crecimiento del comercio tanto interno como externo, el aislamiento social y político de la zona norte para con el resto del país y la consolidación de actividades económicas propias de la región atrajeron la atención no solo de potenciales emigrantes, sino también de bandas delictivas y bandoleros que aprovechaban una extensa zona geográfica para escabullirse.
El contrabando de mercancías (como el licor, prohibido en los EUA a inicios del siglo XX) aunado a un sistema legal mexicano demasiado débil y selectivo, atrajo la incursión de bandas delictivas provenientes del “otro lado”. Era muy común que estas cruzaran la frontera para divertirse en las salones y/o cantinas, donde la diversión no estaba reglamentada.
En resumen se podría decir que después de la pérdida de territorio en 1848 y hasta antes de la primera guerra mundial (1814) la frontera norte se transformó en un escenario sangriento de conflictos culturales , raciales, económicos, políticos y militares. Fue una época de caos y turbulencia (La frontera México-Estados Unidos, Raúl Fernández, Terranova 1980, p. 92)
La segunda mitad del siglo XX trajo grandes transformaciones socioeconómicas para el norte del país. Con el descubrimiento y producción de nuevos alucinógenos (drogas), cuyo principal mercado era y es el de EUA, aunado al deseo del gobierno federal de acelerar el desarrollo en la zona norte del país y poblarla (la zona era de las regiones más atrasadas) es que el entramado social se hace mucho más complejo, surgiendo nuevos desafíos a los de por sí ya numerosos.
Este escenario complicado en la zona norte, obligó al gobierno federal a actuar, poniendo en marcha en 1961 el PRONAF (Programa Nacional Fronterizo). Para Fernández (op cit) hubo dos realidades que motivaron la creación del PRONAF: la explosión demográfica en el centro del país e integrar a la región fronteriza a la Nación. Ante su escaso éxito, el gobierno replanteó el concepto y creó el Programa Industrial Fronterizo-PIF (Border Industrial Program), que entró en funciones en 1967.
El establecimiento de nuevas industrias en el norte del país, junto con los altos salarios que pagaban (en comparación con otras regiones), hizo que las ciudades fronterizas recibieran miles mexicanos provenientes de las zonas centro y sur, generando que la frágil balanza social presentara signos de colapso.
Sin embargo para muchos de estos nuevos “norteños” la realidad era totalmente diferente una vez que se establecían en su ciudad adoptiva. Un entorno social áspero, un espacio físico con muchas carencias de infraestructura, un gobierno local completamente rebasado en su capacidad y un empleo efímero y golondrino, profundizaron las dificultades de la región.
El PIF trajo beneficios pero al mismo tiempo graves y nuevos problemas sociales y de inseguridad. Estos fueron detonantes de uno nuevo: la profesionalización de la violencia y el surgimiento de las bandas delictivas de narcotráfico. La nueva violencia daba sus primeros pasos y el gobierno (en sus tres órdenes) se iba quedando rezagado. Las ciudades del norte iban siendo rebasadas en su capacidad para asegurar un ordenado crecimiento, seguridad y un futuro sostenible.
Hoy en día muchas ciudades norteñas carecen de agua potable para abastecer a la población, numerosas colonias no están electrificadas, miles de calles no están pavimentadas (según un funcionario municipal, en Saltillo 40 colonias no tienen un solo metro de pavimento), las autoridades municipales están lejos de ser fuertes institucionalmente y encima de todo ello la migración sigue llegando a sus periferias. No solo se debe hablar de violencia física entre humanos, sino de violencia contra un entorno físico escaso en recursos naturales.
Aunque desconozco la correlación entre el aumento de la pobreza extrema en Coahuila (60% en los últimos tres años) y la migración, no cabe duda que ésta es fuerte. Al menos en Baja California, el 60% de sus habitantes provienen de otras partes del país.
Recientemente escuche en la televisión al Presidente Fox alentar a que la gente sin empleo vaya al norte a “ocupar” las miles de plazas disponibles en la industria manufacturera. Esta declaración me hizo reflexionar sobre la gravedad de incentivar algo así de manera superficial, aventurera y poco seria.
Declaraciones de este tipo incitan a que la gente con graves problemas de empleo se aventuren a trasladarse a entornos difíciles, dejando tras de sí sus propiedades y escasas pertenencias. El gobierno federal debería aumentar esfuerzos por generar desarrollo en las zonas de origen. El país no cuenta con una política pública de migración interna y hoy zonas como la Riviera Maya, tienen crecimientos poblacionales apocalípticos, que tarde o temprano se transforman en problemas de violencia.
Es difícil atribuir a un factor o a varios factores la culpabilidad de lo que hoy acontece en el norte del país, pero no cabe duda que los que sean, han generado fenómenos como las muertas en Juárez, la violencia racista contra indocumentados centroamericanos y el narcotráfico. La frontera norte sigue siendo como en sus inicios; peligrosa, atractiva y cambiante.
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