Artículo Localeando, El Diario de Coahuila, 12 de febrero 2007
Los
partidos locales, los Senadores y los Gobernadores, son (o deberían ser) los
protagonistas naturales para impulsar el federalismo en México. Nadie mejor que
ellos puede impulsar con enjundia esas nuevas reglas federalistas que todo
mundo visualiza pero nadie aterriza. Un paréntesis; no esperemos mucho de los
partidos nacionales (inmersos en crisis y egoístas), ni del Presidente (menguado
y con poder de convocatoria limitada), ni de los Diputados (representan al
pueblo y su baja calidad es más que evidente).
Respecto
a los primeros (partidos locales), los he analizado brevemente en las dos últimas
semanas y una conclusión inicial es su escasa presencia electoral y su
debilidad institucional para influir en el tema. De los Senadores no hay mucho
por decir salvo repetir su calidad de “Senadores de los Partidos” (no de la
República). Con eso se dice todo. Toca pues el turno a los Gobernadores.
Desde
la independencia de México, la figura del Gobernador ha mostrado una actitud o
comportamiento más o menos institucional y siempre cumpliendo con uno de los
preceptos constitucionales; la unidad del país, incluso en momentos muy
frágiles del Estado mexicano. Pactos económicos, políticos y sociales se dieron
y los gobernadores se sumaron para jugar un rol subsidiario en lo nacional y
principal en lo local (incluso caciquil). Hubieron rebeldías (Yucatán, Tabasco)
pero al final regresaron al redondel, alineándose a la Constitución (o al
Presidente).
Pero
con el resultado de la elección del 2000 su escenario habitual se modificó
profundamente. Una nueva historia del Gobernador mexicano como figura
institucional había que escribir pero no se sabía por donde iniciar. Ese
momento significó un shock actitudinal a quienes ostentaban el cargo porque
ellos también requirieron de diseñar un nuevo sistema (todavía no terminado) de
relaciones políticas con el resto de los actores. La sumisión habitual ya no
podía darse porque también se había dado un ajuste relacional entre el
Presidente y el Congreso de la Unión.
Los
gobernadores optaron por independizarse, pero no solo eso, sino formar su
propio club (CONAGO). Construían mientras caminaban. Un acto nada fácil. Era el
inicio de nuevos tiempos esperanzadores que prometían ubicarle en un lugar
exacto en el engranaje del “nuevo” México. Pero ¿Cuál ha sido el saldo al
momento? Números rojos. Los Ejecutivos estatales aún no identifican cual debe
ser su rol en la construcción del país y algunos malinterpretaron el reparto
del poder. Lo único cierto es lo siguiente; han pasado de una actitud de “Si,
señor Presidente” a un “Sí, señor yo” secundado por un “Sí, señor partido”.
En
estos seis años, de los tres ordenes de gobierno, el Estatal sigue sin dar
muestras de cambio. Es ahí donde la distribución del poder se ha estancado para
no bajar hasta los ciudadanos, pasando por los Ayuntamientos. De algún modo o
de otro, el gobierno federal evoluciona y es sometido a nuevos lineamientos
democráticos y de escrutinio popular e institucional, esto ayudado por un
Congreso federal plural (aunque todavía poco efectivo). A nivel municipal, y dado su numerosidad, el
horizonte es de claroscuros pero avanza.
En
cambio los gobernadores han hecho de la justificación, el debate mediático, la
retórica y el falso localismo, los elementos centrales de sus discursos y
actuaciones. Rehuyen facultades y obligaciones recién otorgadas, implementan
políticas de relumbrón y/o cortoplacistas y viajan a reuniones de CONAGO solo
para medir niveles de egolatría. Nulifican cualquier posible liderazgo que
puedan mostrar ante el Congreso federal y en cambio imponen a los Congresos
locales las reglas que les permiten seguir operando como un régimen semi-autoritario
(como si fueran a gobernar por siempre). Su visión no les da para entender que
las reformas estructurales nacionales tienen una interrelación estrecha con las
reformas que a nivel estatal deben hacerse. Sin unas no funcionan las otras y
viceversa.
Los
gobernadores extienden la mano derecha para pedir y recibir y con la izquierda
le zumban a un sistema federal (con rostro de Presidente) cuando saben
perfectamente que éste no da para más. Su estrategia de criticar y culpar al
presidente por el federalismo es una acción inútil porque éste poco puede hacer
para cambiar la situación. Hacerlo es una actitud comodina, es utilizar la
puerta de la critica falsa para destruir y no construir.
Hoy en
día no existe un gobernador que apunte a ser una figura sobresaliente por sus
actos y desempeños. Ese que inspire a ser modelo de los demás. Ciertamente algunos
han dado buenos destellos (juicios orales) pero como estrella fugaz tienden a
ir perdiendo brillo (o a cuestionárseles) por desaciertos propios, como Enrique
Peña Nieto (Estado de México), quien decidió cargar por siempre la pesada cruz
llamada Arturo Montiel, o bien recargan la incredulidad de ciudadanos con
discursos huecos y propuestas que nunca llegan. Todo esto ha hecho que su contribución
a la historia moderna nacional haya sido muy limitada.
Hoy
estamos en una nueva etapa política que por momentos nos genera muchas dudas,
pero donde se puede actuar para despegar. No se puede tener un país sólido en
su estructura federal y débil o viciado en su estructura estatal o municipal o
al revés. Es un equilibrio que debe siempre guardarse, protegerse, perseguirse
si se aspira a una nación consolidada.
En el
siglo XXI ya no compiten solo países sino regiones de países porque lo global
requiere a lo local para concretizarse. En este contexto, los gobernadores tienen
una gran responsabilidad para mantener cohesionado al país en tiempos complejos
y polarizados, para impulsar y desarrollar institucionalmente nuestros estados.
Ellos tienen en sus manos el poder para impulsar reformas locales estructurales
en el ámbito político, jurídico, educativo, fiscal, judicial y electoral.
Es
tiempo de ajustar visiones y acciones para mejorar tendencias. Ahora solo falta
ver, quien pondrá el ejemplo.
Glosa: Fue
esperanzador leer una declaración del Secretario de Gobierno de Coahuila, Homero
Ramos Gloria, en la que anuncia la promoción de una reforma de Estado que vaya
más allá del tema electoral y que toque temas “fundamentales”. (El Diario,
060207). La experiencia sugiere que esperemos para ver si la propuesta va en
serio, es decir, si hay nueces y no solo ruido, como suele suceder.
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